TUVE QUE TENER
Tuve una novia a la que le gustaba
que agarrase su cuello con mis manos
y la ahogase levemente
mientras ella llegaba al orgasmo.
Fue la misma que me dejó sin aliento
cuando cambió mis latidos
por el de su exnovio.
Menos corazón. Más músculo.
Tuve un amor que compraba hortalizas
y le gustaba jugar a lamerlas con todos sus labios,
invitándome a su juego sin receta
con deseo de gourmet.
Siempre me acuerdo de ella
cuando encuentro pepinos en rodajas
esparcidos en mi ensalada mixta.
Tuve una pareja a la que le flipaba
hacerlo encima de la lavadora
mientras centrifugaba.
Ahora pierde agua,
y yo me niego a comprar otra.
Tuve un amor juvenil
al que le encantaba follarme en los servicios
de las discotecas más chic,
entre charcos de orines extraños
y restos de licores de otros.
Una noche me tiró por el desagüe
de un lavabo de señoras
en una terraza de verano.
Tuve una querida
que me pagaba viajes a la sierra
para montárselo en plena naturaleza
y acabar exhausta
apretando sus ojos de cierva,
gritando de placer en una sucia
cama rural.
Sus universos se hundieron en mi tierra,
escarbando como un topo
con gafas de sol,
entre sus dime que me quieres
y mis no me agobies.
Hoy, en pleno océano,
sigo comiendo ensaladas,
lavando a mano,
bailando en la pista,
respirando profundo,
esperando encontrar
la puerta de salida.
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